Hay sólo ciertas cosas que son tan democráticas y transversales para todos los seres humanos. Algunas de ellas son: respirar, nutrirse, morir…y tomar decisiones. Es impresionante la cantidad de decisiones que tomamos día a día, incluso de manera inconsciente.
Lo cierto es que construimos nuestra vida por medio de decisiones: “¿Qué me pongo hoy?, ¿Qué haré de almuerzo? ¿Me sentaré al frente o al final de la sala? ¿Me voy en metro o en transantiago?”. A todos nos ha pasado que por tomar una decisión en particular, nos hemos salvado de alguna tragedia o de alguna situación indeseable, y agradecemos haber hecho una cosa y no la otra.
Sin embargo, sobre todo desde los *20 años en adelante, las consecuencias de nuestras decisiones empiezan a tornarse cada vez más trascendentes, tanto por el efecto de ellas en nuestras vidas, como por su permanencia. En otras palabras, una mala decisión te puede perseguir por siempre.
Esta última oración es realmente NEFASTA. Lo único que crea es miedo a moverse, a hacer cosas. Nos crea un gran temor al futuro, ¡como si ya no tuviéramos suficiente con tratar de dejar atrás el pasado!
Claramente la impulsividad y la falta de reflexión sobre lo que hacemos es algo que debemos evitar, pues “uno cosecha lo que siembra”. Prever y proyectarse en ciertas cosas puede ser una sana práctica, pero siempre teniendo presente que lo único que depende 100% de nosotros son nuestras intenciones, nuestra voluntad…lo que viene después no existe (aún).
Por lo tanto, tomar decisiones es siempre un riesgo, un hermoso riesgo que podemos tomar con el corazón lleno de fe o lleno de miedo. Nuestra mente no entiende mucho de riesgos. Ella trata de racionalizar todo, dar orden lógico y cronológico, concluye y generaliza antes de tiempo, te convence de que esto es bueno y que lo otro no, sólo para evadir la sensación de riesgo y de falta de control. La mente siempre va a querer anteponer sus razones frente a los dictámenes del corazón. La mente te dice que esto es “seguro”, pero en tu corazón sabes que nada lo es.
Si somos sinceros, a lo que más podemos aspirar es a tomar una decisión que no conlleve arrepentimiento. El hecho de no tener culpa o no tener algo que lamentar nos hace pasar las penas mucho mejor, ¿cierto? Bueno, entonces este es el gran factor (objetivo) a considerar antes de tomar una decisión: EVITA ARREPENTIRTE.
Ojo que no me refiero a dejar de hacer mea culpa si nos equivocamos o pedir disculpas si dañamos a alguien; sino a anteponer una simple pregunta antes de tomar la decisión:
¿Es esto lo que quiere mi corazón?
El corazón guarda tu verdad. El corazón es siempre tu gran aliado. Haz memoria, y te puedo asegurar que por muy loca que parezca una decisión, cuando la has tomado con el corazón, jamás te has arrepentido. El corazón entiende el riesgo como una oportunidad de aprendizaje, como una manera de ser mejor. No podemos decir lo mismo de la mente, lamentablemente. Lo bueno es que depende de ti darle espacio y relevancia a aquella voz de amor que todos tenemos y que podemos alzar sin ningún temor, porque es ahí donde reside nuestra esencia, y nuestra esencia es perfecta.
*20 años: Según la Kabbalah, espiritualmente uno es responsable de sus actos desde los 20 años.